"No todo lo que brilla es oro"
El anuncio no podía ser más esperado. El pasado marzo, un amplio equipo de investigadores, liderados por el Centro Harvard-Smithsonian para la Astrofísica, anunciaba la primera detección de las ondas gravitacionales, la prueba de que hace 13.800 millones de años, tras el Big Bang, se produjo la llamada inflación cósmica, la expansión exponencial del Universo en la primera fracción de segundo de su existencia. Los resultados era dignos de un premio Nobel, pero los días pasaron, aumentaron las dudas y, literalmente, una capa de polvo cubrió el que podía haber sido el descubrimiento científico más importante del año e incluso del siglo XXI, como llegó a decirse. Si entonces eminentes científicos se congratularon de la buena nueva, entre ellos personalidades tan brillantes como el Nobel de Física Brian Schmidt, el cosmólogo Martin Rees o el astrónomo Richard Ellis, hoy nadie habla de ello, y no se ha reseñado en ninguno de los especiales que las principales revistas científicas dedican a los principales hallazgos del año.
Y es que poco después del anuncio comenzaron a surgir las voces críticas, entre ellas la de David Spergel, astrofísico de la Universidad de Princeton en New Jersey, que aducían que el equipo de BICEP2, el telescopio situado en el Polo Sur que descubrió la señal, podía haber confundido el «santo grial» con el simple y vulgar polvo cósmico. Las dudas eran más que razonables. De hecho, cuando los científicos de BICEP2 publicaron sus resultados en junio reconocieron que hacían falta más estudios para confirmar su otrora genial hallazgo. Un jarro de agua fría, pero también un toque de atención hacia la necesidad de no precipitarse en el anuncio de los grandes descubrimientos. Ahora, los científicos esperan un próximo análisis de datos del satélite Planck que revelarán si sus resultados eran buenos o estaban confundidos.